El mármol de Carrara tiene un atractivo particular, especialmente cuando comprendemos la dureza de su resistencia y la información que tenemos acerca de su naturaleza y la manera en que se lo utiliza en la escultura desde tiempo inmemorial. Así, cuando ejercemos la contemplación artística, toda esa información acumulada se ve superada por el desborde de los sentidos: nuestra percepción queda atraída por un material escultórico dúctil, en el que su dureza se transforma en algo maleable, como terrones de azúcar a tallar. María Andrea Anzorena modela el Carrara, en este caso, en pequeño formato, buscando transmitir un sentimiento. En la obra que tituló “Deseo”, el cuerpo femenino se contorsiona literalmente de la cabeza a los pies. El deseo se torna sentimiento no satisfecho, postergado de manera voluntaria o involuntaria, y la difícil forma de contenerlo se expresa en los pocos puntos de apoyo que busca el cuerpo en su extensión. La idea de un deseo “in crescendo” se visualiza en el pedestal que, a la manera de una escalera, simboliza la idea de lo insatisfecho. El equilibrio entre la forma geométrica de los escalones y la figuración de la silueta expresa el encuentro de la armonía estética
Inteligencia y sensibilidad marchan juntas en esta destacada escultura en una alusión emblemática a las potencias que a veces nos encadenan, ya que su carácter de universal está dado por el hecho de que no es posible asociarla con una imagen femenina o masculina. Superficies serenamente bruñidas, y una actitud por demás explícita, contribuyen a crear la sensación de que se está delante de una lucha sin cuartel, en una imagen plástica que hiende amorosamente el espacio, extrayendo de todas sus posibilidades expresivas, en un estilo severo y a la vez desnudo que dice lo suyo con autoridad y extrema calidad, ya que la pieza conquista abiertamente la admiración de quien la contemple y se deje ganar por su contagiosa seducción. La talla, donde el metal del que ha sido forjada no despierta frialdad alguna, sino los más cálidos sentimientos de valoración y de entusiasmo, refleja sufrimiento y cierta difusa esclavitud a la vez que son las mismas que embargan el ánimo de la criatura humana de vez en cuando, tolerables solo por la posibilidad de la esperanza, lo cual parece también manifestado por la excelente obra.
El ideario simbólico de la escultura interrogando nuestra sensibilidad. El sentir de María Andrea Anzorena proclama desde su “Equilibrio” la esperanzada belleza, que atrapa por su refinada y delicada concepción. Una presencia sutil de la obra de la artista nos desliza hacia la comprensión metafísica de interrogantes, con propuestas no previsibles para los protocolos de fáciles posturas. Su abstracción figurativa, de impalpables vibraciones, advierte en su estrategia sugerente la progresiva fragmentación de cánones espirituales, invitándonos a una íntima reflexión.
La artista no se aparta de la realidad, la sublima, rescatando de las entrañas del “tenaz” Carrara una imagen que emerge en depurada decantación; líneas convergentes y profundidades obcecadas, son la resultante de un minucioso conocimiento de las leyes de la plástica.
La identidad escultórica de María Andrea Anzorena es el perfil analítico en su honda riqueza formal. Camino recorrido desde su renovada mirada conceptual, con sus verdaderos parámetros, su sugestiva realización va construyendo y solidificando paso a paso su trabajo, descubriendo el legítimo linaje de su creatividad.
Sentimientos musicales encontrados, odas que son las portadoras del mensaje que la artista sabe y quiere revelarnos a través de la voluptuosa aventura del crecimiento y la fe puesta en el quehacer de la pasión, que está vigente en cada tramo de su obra.
Impecable cada pliegue, cada curva, cada recoveco, cada sombra proyectada es el sonido de una nota encantada.
Soñemos con esta sinfonía, el equilibrio lo crea María Andrea Anzorena.